Noches y calibres sin balas.

De pronto me vi fuera de la discoteca, zarandeado por el cuello de la camiseta y lanzado con violencia al suelo empolvado, me levanté como pude entre el traqueteo cerebral de dos botellas de Whisky JohnCor de pésima calidad, moviéndome torpemente como lo haría un avestruz en una pista de hielo, vacilante pero decidido hasta el lugar de donde me habían expulsado como a un perro.
– Ni si quiera a los perros se les trata así -balbuceé al segurata que me había echado.
– Vete a casa, subnormal, no te lo repito más.
Apunté a ese enorme mandril de tres metros de diámetro con el índice tembloroso como si mi mano se tratara de un revolver calibre 32 y pudiera atravesarle el tórax con un leve click de pulgar, haciendo esparcir sus malolientes vísceras por la acera.

No funcionó.

Vajilla Voladora y Virus. Por S.B.

Los platos volaban de un lado a otro de la cocina, resquebrajando el suelo y las paredes además de nuestra relación.

Mis padres siempre me tuvieron en muy baja estima y entiendo el porqué, nunca fuí la clase de hijo que ellos quisieron que fuera, ni siquiera era la clase de hombre que yo quería ser. No en esa casa, no en esa jaula, no bajo sus normas, sus insultos y sus infladas salidas de tono.

Por una vez en toda mi joven e inexperta vida me sentí como un sobervio e indestructible dios, amortiguando los vasos de vidrio soplado que se volatirizaban y esparcían como un inmenso big bang de rencor, furia y desapego. “Adios” fué lo único que dije, mientras mi padre gritaba “Si sales por esa puerta no volverás a…”

El portazo que dejé tras salir de aquella prisión dejó inacabada la frase.

Ahora era un hombre libre, en busca de nuevas prisiones.

Bajé a la tienda de comestibles en los locales dos calles más abajo y compré una lata de cerveza, solo me quedaban tres euros pero no importaba, estaba fuera, sentado en un banco un lunes a las dos de la madrugada y degustando la mejor cerveza que había tomado nunca. Mi cabeza era un ir y venir de pensamientos peleándose entre ellos, algunos me recriminaban ser un fracaso como hijo, otros me animaban a seguir fracasando como un hombre, fuera lo que fuere tragué con todas aquellas vocecillas, llenando ese pozo mental donde arrojamos la basura.

Yo no era ningún vagabundo, era un chico normal de barrio así que descarté por el momento quedar a dormir en la calle aunque parecía ser una de mis mejores opciones. La otra alternativa era pedir refugio humanitario en casa de algún amigo. Ninguna opción me apetecía una mierda así que permanecí sentado diez minutos, media hora, una hora, un par de horas más..

Metí la llave en la cerradura y crucé el pasillo entre el chasqueo afilado de los cristales hasta mi habitación. Me acosté en la cama y desperté al día siguiente. La suela de mis zapatillas lucía pequeñas incrustaciones que me abstrajeron por un breve paréntesis de tiempo.

La química de la pureza. nº2

Un diluvio humedece el sofoco pavimentado,
y tras meses de pisadas, ruedas de coche gastadas,
arranca la contaminación gota a gota.
La química de la pureza arrastra a los desagües el fango y los esputos de un millón de hombres.
Ya no queda nada de ellos,
tan importantes en sus trajes caros y delicados,
pero frágiles y volátiles bajo los granos de lluvia.
Cuando me marche habré enjuagado cada minúscula grieta,
un año más para manchar mi tierra.

nº 402.

Demasiado esclavo inútil,
acechando, pisando y corriendo tras el hueso.
Sus rostros expresan júbilo, solapados a una calavera estática,
desprovista de emociones.
La felicidad solo es un parche,
los siervos van contentos
con la muerte oculta tras su imagen.

Hay un vacío en el estómago.

Hay un vacío en el estómago,

Un frasco roto,

una línea torcida

formando curvas mientras gira.

Nos dibujamos como adultos

cuando el trazo natural es el de un niño,

oculto entre la mugre,

ajeno a costumbres homicidas.

Hay un vacío que nos mira

espera que volvamos como antes,

pero no queda tiempo.

El frasco son restos de cristales,

la línea se ha salido del cuaderno,

y el niño está atrapado por las prisas.

Poesía Inmunda nº8

A solas en esta cueva incómoda pero familiar.

Con esas sombras oscuras y difusas que me esfuerzo en distinguir;

Sus formas, su color.

Juego en la noche imaginando que la luz del día no existe, que las cosas nunca cambian, pero ese ramo de flores que observo es una bolsa llena de desperdicios, y la percepción se vuelve algo pasajero.

Las calles son laberintos confusos, y el vagabundo del parque que busca confort sobre el frío banco de metal no es más que un niño divirtiéndose bajo la cúpula de un Sol diurno.

La vida y sus caras.

Las alas del gusano que lucha por endurecerse y reencarnarse en algo hermoso.

El pozo sin final con agua al fondo.

El Rey de los Zapping.

Son las dos menos cuarto de la madrugada, solo quedan quince minutos para que empiece mi programa y la inútil de la maquilladora aún sigue con su masaje exfoliante.

–         Date prisa reina, no tenemos toda la noche.

Esto es lo que pasa por contratar a niñatas sin experiencia, ¿porqué no se me informó personalmente de que la estilista sería una zorra nueva? La chica anterior era igual de torpe pero al menos conocía los cuidados exactos que mi delicada piel necesita.

–         Vamos, rápido, rápido, tengo que estar en el plató dentro de diez minutos.

Sus incompetentes manos se mueven con nerviosismo bajo mis presiones. Me quejaré al director del programa. Si por mí fuera estaría despedida con un chasquido de dedos, maldita sea.

–         ¡Date prisa, niña, no estás dibujando al óleo, a saber qué atrocidad le estás haciendo a mi cara!

La empujo hacia un lado y me incorporo para verme en el espejo. No lo ha hecho muy mal del todo pero a estas inútiles es mejor no halagarlas, al fin y al cabo hacerlo bien es lo que se espera de ellas.

  – ¿Qué coño es esto, cómo me has puesto estos brillos tan antinaturales? – Balbucea algo pero la interrumpo – Estoy hablando yo, ahora cállate, si quieres conservar tu empleo más te vale que espabiles, ¿entiendes?

– Si, señor Fabio – susurra

– ¿Y este grano en la frente? Te dije que tuvieses un trato especial con él, parece que lo hayas intentado tapar con masilla.

Me levanto del asiento plegable ante su mirada cabizbaja y me largo hasta el baño del camerino, aún quedan cinco minutos para emitir. Cierro el pestillo y saco del bolsillo de la chaqueta de poliéster lo que me queda de ésta riquísima cocaína, la vuelco sobre la tapa blanca del váter y dibujo dos grandes líneas con el filo de mi tarjeta Visa. Enrollo un billete de cien y aspiro con maestría, primero por el orificio derecho, luego por el izquierdo. Relamo el borde de la tarjeta y me limpio algunos restos que me han quedado en el bigote.

–         Vamos, Fabio, nos quedan tres minutos para empezar con el programa.

Es Marcos, el director.

–         Ya voy, querido, estaba terminando de ponerme guapo.

Le lanzo algunos piropos al tipo del espejo y salgo del baño hasta el plató.

 

Me siento en mi sofá de piel delante de la cámara y el auxiliar de plató me trae un gin tonic como cada noche, le pregunto si ha mezclado la ginebra con tónica Schweppes como a mí me gusta, el imbécil de culo  intentó tomarme por un chabacano sin clase el jueves pasado usando tónica de veinte céntimos, así es como se destroza un cóctel tan exquisito como éste.

Se lo lancé a la cara, vaso incluído y ahora viene a trabajar con una venda que le rodea el ojo debido a los cortes producidos por el cristal roto. Se lo tenía merecido.

Doy un largo sorbo a mi bebida y le indico al tipo de las luces que disminuya un poco el foco Fresnel y controle que la luz principal y las contraluces estén a la perfección.

–         ¡Un minuto!

Grita alguien detrás de las cámaras.

 

Mi programa es el número uno sobre tarot y videncia de las madrugadas, mi popularidad ha subido como el champagne desde que ocupo la mayoría de zapping de la caja tonta y mis videos en internet tienen millones de visitas. Me he convertido en un fenómeno televisivo y todo gracias a esas viejas catetas y a los miles de idiotas sin talento que pasan sus días frente al televisor. Gracias a todos, pandilla de fracasados.

 

–         Comenzamos, en; diez, nueve, ocho, siete, seis…

 

Maldita sea, el grano de la cara me está molestando un poco, me rasco con la yema de los dedos para no estropear el maquillaje. El show acaba de empezar y puedo sentir como mis bolsillos se llenan de pasta cuando el director hace un gesto con el brazo en señal de que estamos en el aire.

 

–         Muy buenas noches a todos amigos y amigas, ya sabéis quién soy, Fabio Ariza y os voy a acompañar como cada noche para hablaros sobre vuestro pasado, vuestro presente y vuestro futuro. Aprovecha este momento, llama ya y ponte en mis manos.

 

Hace mucho calor aquí, les dije que bajasen la intensidad de los focos, coño. Observo al regidor con el fin de que pueda leer en mi mirada lo mucho que lo va a lamentar.

Suena el teléfono.

–         Primera llamada de la noche, ¿con quién hablo?

–         Me llamo Carmen

–         ¿En qué puedo ayudarte Carmen?

–         ¿Hola?

–         Si, estás en directo cariño, dime en qué te puedo ayudar

–         Quiero saber si mi marido encontrará trabajo

–         Bien…lleva más de un año sin trabajar, ¿verdad?

El primer truco importante en este negocio es dejar que los que hay al otro lado de la línea charlen lo más posible. A 1,51 euros el minuto después de cinco o seis habremos ganado el equivalente a lo que un camarero cobra por hora.

–         Si…lleva diez meses sin encontrar trabajo de electricista, quiero saber si le saldrá algo porque estamos muy preocupados.

El segundo truco es improvisar.

–         Pues mira Carmen, puedo ver con claridad que tu marido no va a encontrar ningún empleo de aquí a un año. Y además, estoy viendo también que se le presenta una enfermedad  que le dejará encamado durante mucho tiempo, un problema muscular muy grave.

–         ¡No me digas…qué desgracia dios mío!

La anciana se pone a sollozar mientras me cuenta sus aburridas amarguras y yo le lanzo un conjuro de positividad que la ayudará en los momentos difíciles que le deparará la vida. Pan comido.

–         Siguiente llamada, no lo dudes, llama ya y responderé a todas tus preguntas.

 

El calor se empieza a hacer enfermizo, algunas gotas de sudor empiezan a resbalar por mis irritados poros y un intenso dolor se atenaza en el interior de mi garganta.

 

–         Por favor, traedme un vaso de agua – ordeno ante las miradas impasibles del equipo.

¿Qué coño está pasando, porqué nadie me hace caso?

 

–         ¿Acaso creéis que es una broma? ¡Traedme un vaso de agua!

 

El ayudante se acerca observando mi cara descompuesta por el escozor, agarro la copa que lleva en las manos y me la bebo de un gran trago. El quemazón parece disminuir pero en cuestión de segundos vuelve con mayor intensidad. Me seco el sudor de la frente con la mano e intento tranquilizarme, tengo una reputación que mantener, maldita sea.

 

–         Lo siento amigos, son cosas del directo…

 

Suena el teléfono.

El director da paso a la llamada.

 

–         Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

–         Tienes mala cara Fabio, ¿en qué puedo ayudarte yo a ti?

–         Es el bochorno de éste plató querida, no te preocupes, ¿qué necesitas?

–         ¿No reconoces mi voz?

–         Ahora mismo no caigo, ¿habías llamado antes?

–         No, es mi primera vez, mi nombre es Julia, pero probablemente no sepas quién soy a pesar de haber trabajado para ti durante seis meses.

Observo al regidor, a los cámaras, y al chico tuerto de los gin tonics y ninguno de ellos mueve un solo dedo. Mis ojos se tuercen hacia abajo reblandecidos y palpo con mis dedos una frente infestada de granos, el maquillaje se derrite como una bola de nieve al Sol.

–         Cortad la llamada, por favor, no me encuentro bien.

–         ¿Qué ocurre Fabio?, ¿No te está gustando el trabajito de la nueva maquilladora?

 

No puedo dar crédito a lo que está pasando, ¿porqué ninguno de estos imbéciles llama a una ambulancia? Me cuesta respirar y la visión se me nubla como si mirase a través de dos vidrios velados.

–         Verás, la chica que te ha estado acicalando es mi hija Sonia, le di instrucciones muy precisas sobre el cuidado de tu horrorosa cara para que estuvieses tan guapo como un actor de Hollywood, una estrella como tú no se merece menos.

–         No te creo, hija de puta, porqué no cortáis la puta llamada, ¡haced algo!

–         Verás, en una de tus cremitas faciales ha echado una gran cantidad de sulfato de Sodio, así que es normal lo de las ampollas y la pérdida de visión, personalmente te recomiendo que no te rasques o te arrancarás la piel a tiras.

Oigo unas risas en el plató. Observo el piloto rojo de la cámara que sigue grabando y alguien me dice que me recueste sobre el diván. La nariz segrega una gran cantidad de mocos que me abrasan los labios.

–         Hazle caso al director, Fabio, túmbate y disfruta de la velada.

–         ¡Jamás!

Intento levantarme pero las piernas están fláccidas como espaguetis, resbalo a pesar de mis intentos de mantenerme en pié y caigo de cara contra el suelo de madera.

Los gritos inundan la sala, el dolor se hace tan espantoso que mi cuerpo convulsiona y mi cabeza parece estallar y deshacerse pegada al suelo. Puedo ver restos de sangre y de mi rostro adheridos a la tarima flotante.

–         Eso tiene muy mala pinta Fabio, te dijimos que te acostases y no nos has hecho caso, nuestra opinión siempre te ha importado una mierda.

 

Quiero gritar pero tengo la garganta completamente comprimida. Quiero gritar y maldecir a todos estos psicópatas por lo que me están haciendo.

De pronto siento cómo me apuñalan las tripas, los intestinos se me mueven violentamente y empiezo a cagarme encima de los pantalones.

 

–         Debería decirte que el chico al que dejaste tuerto también ha puesto su granito de arena en todo este grandioso espectáculo, ha mezclado unos cuantos de los mejores laxantes del mercado con tu ginebra para que puedas experimentar nuevos horizontes.

 

El esfínter no para de apretar y expulsar excrementos, noto como se derraman por todo el pantalón hasta llegarme a los tobillos, me quiero morir, no puedo más.

–         Aprovecho para darle las gracias a todo el equipo por contribuir con tanto ímpetu y energía en este proyecto, sois unas personas magníficas, a pesar de lo que pueda pensar nuestro amigo Fabio.

–         ¡¡OS MATARÉ HIJOS DE PUTA, ME HABÉIS ARRUINADO LA VIDA, A MI, A FABIO ARIZA, NO SOIS MÁS QUE UNA PANDA DE PERDEDORES ENVIDIOSOS!!

–         Fabio, míralo por el lado positivo, ahora serás el rey de todos los zapping.

Habladurías de un dipsómano. Capítulo 1.

Camino con el asco típico de unas botellas de alcohol que se han abierto y bebido de más, con largas y húmedas ojeras bajo dos cristales opacos guiados por un cerebro torpe y tóxico del cual no se puede reciclar nada. Cruzo por mitad de la carretera en dirección al parque de la Victoria.

Oigo un claxon y un insulto, respondo con más insultos y un enérgico dedo corazón que hondeo al viento. Hay auténticos dementes al volante, ciudadanos de a pié convertidos en granadas de mano. Hombres y mujeres motorizados conduciendo sus miserables vidas a 180 kilómetros por hora.

La vida es un circuito cerrado por los raíles de una ciudad. No tengo carné de conducir, pero aun así conduzco por estas cuestas asfaltadas al igual que esas máquinas, consciente de mis pasos zigzagueantes que se desvían como unas viejas ruedas desinfladas. La velocidad no es más que un espejismo, la meta siempre está deseosa de que la crucemos, antes o después.